Antes de comer …una tertulia
¡Ah, Villa Lesbia! ¡Cómo se agolpan los recuerdos. queriéndose salir todos de un sólo! Me acuerdo bien como, siendo más pequeños, nos amontonábamos las palomillas de muchachitos a ver desde la
esquina hacia las ventanas, entrada la tarde, esperando oír algún sonido espectral o ver alguna sombra que evocara almas en pena.
Ahora sus corredores ya no huelen a viejo, ni a polvo, sino a exótica mezcla de especias y quesos, y al amigable calorcito que emana de la cocina de Pablo y que irradia su hospitalidad.
Ahora me paso por cada salón sin el temor de fantasmas e historias tenebrosas, sino esperando encontrarme con buenos amigos o con la fascinante huella de una familia Fleishmann, de la que imagino su elegancia, bailes y tertulias. Aunque si de tertulias hablamos, estamos en Tertulianos, ¿verdad?. Partamos, entonces, del principio.
Erase una vez un niño que creció entre sabores y aromas, inquieto y travieso, enamorado de la cocina. Sucedió que este niño pasó de soñar a crear y a deleitar, convirtiéndose en artista y en mago.
Porque consigue arrancar de cada persona que pasa por su mesa, sin importar cuan dura fuera, una expresión de placer incomparable.
Pero no, la historia no comienza aquí, aunque resultaría fascinante, sino a muchos años atrás, hasta finales del siglo XIX.
Entonces fue cuando un intrépido viajero alemán, Hugo Fleischmann, se embarcó en la aventura de explorar tierras guatemaltecas, dejando el corazón en esta empresa. Efectivamente, amó la tierra y sus cultivos, sobre todo el café del que se convirtió en experto. Conoció por aquellos días a Felipe Carrascosa, también cafetalero, ganando su confianza. Y esto ¿qué con Villa Lesbia? Podría usted pensar que no existe relación alguna, a menos que yo le cuente lo que a mí me contaron: dicen que don Felipe, al entrar en edad, encomendó a su amigo la misión de velar por los intereses de su esposa, bastante más joven. ¡Adivinó usted! Ella se llamaba Lesbia, Lesbia Cristiani Armendáriz, para ser exactos, era una bella dama chiapaneca quien, al enviudar de Carrascosa, se convirtió en la enamorada esposa de su protector. En 1909, Fleischmann hizo construir esta senda mansión para cobijar a la familia de la que, entonces, formaba parte. Contrató a un constructor italiano, Desiderio Scotti, por lo que, claro está, las 40 habitaciones de la mansión contarían con tal clase y distinción que cautivaría a todos los residentes de la vieja ciudad de Quezaltenango (porque antes no llevaba la “t”, como usted, amable comenzal, seguro recuerda). Además de cobijar a la feliz pareja y siete niños, los tres mayores del primer matrimonio, constituyó un importante centro de reuniones sociales, comerciales e, incluso, políticas, por el auge del café y por recordarse a Fleischmann como un hombre de honor y respeto, hasta 1957, cuando falleció.
A su muerte, fue vendida la mansión al obispado de Quetzaltenango y convertida en seminario; por lo tanto, muchos detalles fueron borrados de sus techos y decoraciones. La Casa, poco a poco, fue perdiendo su luz y su esplendor hasta casi marchitarse. A no ser por la magia de Pablo Alvarado, el niño del que hablábamos unas líneas atrás, un enamorado de la buena mesa. Y del buen gusto. Por eso no extraña que hasta el más insignificante detalle haya sido cuidado para llevar a usted, en esta ocasión, un platillo tan delicado como sorprendente, que dejará en su boca el espíritu de una época.¿Ya pensó que va a ordenar hoy? ¿Ya decidió la aventura de paladares a la que va a atreverse? Mientras lo hace, le invito a pasear por esta hermosa obra de arte y deje que su vista se impregne de historia, como en un momento se impregnarán su olfato, su gusto y, quién sabe, hasta su oído, con la sinfonía de sabores que sólo surgen de los platillos del autor.
Porque lo que usted está por probar es producto de momentos sublimes de inspiración. ¿Quién habría pensado que la hermosa mansión que más tarde sería un seminario, se convertiría hoy en un templo de la cocina gourmet?
¿Qué diría usted si semejante decisión fue tomada en menos de diez días? ¿Y qué sentirá su corazón si le revelo un secreto? Ha sido la familia el motor e inspiración que movió a este joven chef para aceptar los retos y superarlos gustoso; es por la familia por quienes hoy se cuecen anhelos cada vez más grandes en el interior de esta cocina.
Es la idea de la familia sentada alrededor de la mesa,
feliz y satisfecha, la que hace a Pablo Alvarado
y sus colaboradores decir, cada día “nos fundimos por servirle”.
Permita que Tertulianos complazca sus sentidos.
Y no deje de preguntar al matrê por la recomendación del chef.
Agradecemos al Ing. Roberto Gutiérrez por la investigación de esta historia
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Por:
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06/07/2015
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